Con esta nueva comprensión, al leer los primeros capítulos de Hechos de los Apóstoles, pudimos entender por qué la iglesia se reunía en grupos pequeños por las casas, y no se contentaba solo con tener reuniones multitudinarias.
El reunirse por las casas hace posible tener círculos más pequeños de comunión donde podemos conocernos y tener una relación personal con cada uno de los discípulos. La idea no es simplemente tener una reunión casera con el mismo formato que la reunión congregacional. La esencia y la razón de ser de un grupo en el hogar es que sea un grupo de discipulado; esto significa que un hermano más crecido en el Señor es el responsable de un grupo de discípulos para la edificación y formación de ellos.
De este modo la iglesia crece no solo numéricamente sino también espiritualmente. Y los nuevos discípulos, además de sumarse a la reunión congregacional, son integrados en grupos más pequeños de comunión en donde son conocidos, amados, ayudados, ministrados, enseñados, aconsejados; recibiendo allí una atención y una formación personalizada. A la vez son animados e instruidos a ser obreros del Señor, a evangelizar y a discipular a otros en la medida que vayan creciendo en el conocimiento de la palabra de Dios.
Las reuniones multitudinarias son buenas y hermosas pero no son suficientes para la debida edificación de cada discípulo a la imagen de Cristo.
En los primeros años, a estos grupos pequeños que se reunían por las casas las llamábamos “células”. Pues una célula es la parte mínima de un cuerpo. Las células tienen vida, nacen, crecen y se multiplican, tienen un núcleo; y ese término describía bien el funcionamiento y crecimiento de los grupos pequeños. Pero luego cuando llegó el gobierno militar a Argentina (años 70), como la palabra “célula” era muy usada por los guerrilleros, para evitar confusión vimos conveniente evitar el término “células” y comenzamos a llamarlas “grupos de hogar”.