¿Cómo comenzó la iglesia? ¿Cuándo nació? Algunos dicen que
en Pentecostés. Podríamos decir que es cierto, po lo menos en cuanto a su
expresión visible, pero sus cimientos ya estaban puesto en la cruz del Calvario.
Fue la entrega de la vida de Jesucristo, lo que permitió el surgimiento de la
iglesia. Si Jesús no hubiera muerto, de nada habría servido la experiencia de Pentecostés.
La iglesia se ha establecido sobre la persona de Jesucristo y su obra a nuestro
favor. Ese es su fundamento. La entrega de la vida de Jesús permitió que hoy
nosotros pudiésemos estar donde estamos. Jesús dijo claramente ¡Si el grano de
trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; más su muere llena mucho fruto! (Juan
12:24) Eso es, precisamente, lo que hizo Jesús, morir, para llevar mucho fruto.
La historia cuenta que los primeros apóstoles (salvo Juan)
murieron como mártires. Desde la muerte de Jesús hasta principios del cuatro
siglo de nuestra era, pasando por el martirio de Esteban, el cuerpo de Cristo
se edificó y multiplicó sobre la sangre de miles y miles de hombres y mujeres. Los
emperadores Trajano, Adriano y Domiciano, fueron grandes perseguidores de los
cristianos. Arrasaron con el pueblo de Dios en mucho lugares de su vasto
imperio. Los primeros discípulos dieron su sangre para que el cristianismo
llegara hasta nosotros. Tertuliano, un teólogo del segundo siglo, dijo “La
semilla de la iglesia es la sangre de los mártires cristianos” Había visto
morir a gran numero de ellos, pero también había observado como eso había
permitido que la iglesia avanzara y muchos otros se convirtieran al Señor.
La palabra griega que el nuevo testamento utiliza “mártir”
es “martus”. Casi siempre se traduce como “testigo”, excepto una vez en el Apocalipsis,
donde aparece como “mártir”. Parece que en aquel tiempo ser un testigo de
Cristo equivalía en convertirse en un mártir. Lo que nosotros llamaríamos hoy
un kamikaze.
Vale decir que los que daban testimonio de su fe lo hacían
poniendo en riesgo sus vidas. Precisamente por ello la iglesia siguió creciendo
y ha llegado hasta nuestros días. Para que esto sucediera, siempre fue menester
que alguien se entregara por otros, alguien llegó hasta nuestra casa dedicándonos
su tiempo. Alguien vino a nuestra nación como misionero, renunciando a su
tierra, a sus comodidades y a sus propios familiares. Algunos no vieron a sus
padres, hermanos y amigos durante años. Alguien puso de su propio dinero; alguien
perseveró buscándonos ves tras vez. Alguien oró, quizás por mucho tiempo; alguien
sufrió privaciones renunciando a las comodidades y al descanso; alguien ayunó. Alguien
gastó su vida para que la Palabra de Dios llegara a los hombres. Detrás de cada
cristiano, hay otros que entregaron sus vidas para que él conociera a
Jesucristo.
Mi madre oró muchísimo para que yo me entregara al Señor. Yo
sabía que ella oraba por mí, que insistía, que reclamaba, que proclamaba su fe
y que buscó a Dios de manera persistente hasta que me entregué del todo a Él. Y al
poco tiempo de conocerlo, ella murió feliz al verme en los caminos de Jesús.