Hombre de la Palabra
Para el hombre de visión la Palabra de Dios es su
pensamiento y luz en la penumbra. Lo lleva a pensar con alto estilo, lo inspira
y le despierta el deseo de comunicar verdades. Instala en su espíritu una mole
incandescente mediante la cual enciende a otros.
La Palabra conduce al visionario a decidir
correctamente, aunque habrá yerros en el camino. Le enseña a organizar, a elevar
su moral, conducta y espiritualidad. Por ser hombre de la Palabra su influencia
en su alrededor será notoria. Toda otra fuente es escasa para saciar su sed,
solamente en la Palabra de Dios él encuentra agua fresca para su alma y en su
meditación hallará el cauce de su visión.
La Palabra de Dios hace que transite la vida erguido,
pero quebrantado en su interior, a enfrentar y superar las luchas, a llevar las
cargas propias y de otros. Para él la Palabra es asta y a la vez bandera, marca
su ruta avisándole cuando hay algún peligro.
En el forjador de una visión la Palabra se graba a
fuego por eso mira alto y lejos. Por medio de ella construye y llena una página
de luz en la historia de la Iglesia.
El hombre de visión se revela al amanecer, cuando
todavía muchos cristianos duermen, obedece a su llamado irrevocable de anunciar
la Palabra en medio de una generación incrédula e ignorante. No cumple su
vocación sin la Palabra, al contrario, es su martillo, su espada, su escudo.
La Palabra de Dios hace al hombre de visión lúcido,
claro, apasionado, fuerte en su interior aunque tal vez sea débil en lo
exterior. Sabe que si se despega de la Palabra su visión se nubla y tuerce su
camino. Las corrientes impetuosas del humanismo procuran derribarlo, pero
aferrado a la Palabra se mantiene firme.
El forjador de una visión siempre será un hombre de la
Palabra.